A las 17:25 horas de la tarde del día de hoy, me encontraba yo justo en este mismo sitio, preguntándome si merecía la pena levantarme de la silla a coger no-frío --ya tengo casi asumido que jamás podré ponerme de nuevo mis cuellos altos de lanita-- para gastar dinero seguro.
La respuesta es NO. No la merecía.
Porque resulta que lo que tenía la pinta de ser una tardecita tranquila viendo las luces de Navidad y llevando mi Anillo del Tiempo al relojero, ha acabado conmigo volviendo a mi casa toda enfurruñada y pensando cosas en absoluto navideñas.
Resulta que salgo a la calle, echando por supuesto de menos el frío que debía de hacer en esta época. A mitad de camino paso por delante de una Barraca (una tienda de chuches y tal, por si hay algún sitio donde no se llamen así), y en fin. A pesar de que el día anterior me había hinchado de chucherías varias, además de castañas y nocilla, me lío la manta a la cabeza y me compro un Bollycao, que hacía siglos que no comía uno. Al Bollycao se le unen inesperadamente dos paquetes de pipas y uno de Goblins pincatines.
Sigo adelante, entro en una tienda a probarme un traje. Me gusta y más o menos me está bien, pero entre que obviamente no es gratis, y que ya no existe el frío aquí abajo, pues se queda en la tienda.
Entro en una perfumería a mirar posibles compritas de Reyes. Salgo contenta porque he visto una cosita cerca de 20 euros más barata que en cualquier otra tienda, al tiempo que pienso que en realidad merece la pena patearse todos los sitios comparando precios. En fin.
Hasta ahí todo va bien. Repaso mentalmente el orden de la tarde, y resulta que sólo me queda llevar el Anillo del Tiempo a que le pongan una pila, y recorrerme todos los chinos de la calle Real en busca de un par de cajas navideñas para envíos navideños.
El Anillo del Tiempo es mi reloj que, como indica su nombre, es un anillo, y además es muy chulo por dentro, en blanco y negro, con una mariposa.
El caso es que entro en la relojería. Siempre me da mucha cosa entrar en esa relojería. Es la típica tienda que tiene en sus estanterías cromos de Naranjito que tú imaginas que son naranjas porque has visto a Naranjito en otros contextos, pero no porque tenga color alguno. O mochilas de cuando yo era chica e iba al colegio, hace más de veinte años. O estuches de Harry Potter que obviamente están disimulados porque son fraudulentos. Y todo esto, además de sin color, con dos o tres dedos de polvo que cubre.
En fin, minucias a parte, mi padre siempre ha llevado allí los relojes, y yo también en otras ocasiones, y no me ha ido mal, a pesar del yuyu que me da el sitio y el dueño. Se me acerca el susodicho, que encaja perfectamente con su tienda por cierto, y le comento que necesito una pila para el reloj.
Pero de repente se me ocurre preguntarle lo siguiente:
Yo: Y oiga, una pregunta: ¿Se le puede quitar algún eslabón a esa cadenita?
Relojero Maldito: No, no, que va. Estas cadenitas son muy pequeñas -recordemos que mi Anillo del Tiempo da la hora pero es eso, un anillo, con eslabones tamaño dedo- así que no se puede.
Yo: Ah, pues nada. La pila entonces.
Quince minutos más tarde, sigo esperando en el mostrador a que el hombre vuelva del taller que tiene dentro. Un poco escamada, porque poner una pila no lleva más de cinco minutos, veo como sale cuando otros clientes entrar a preguntar algo. Cuando se van, el Señor Relojero me dice que es que al final se ha metido a intentar quitarme un eslabón, pero que se le ha complicado la cosa.
Yo: Pero oiga, no se moleste, en realidad sólo necesito la pila.
Relojero Maldito: No, si yo creo que se puede, pero ...bueno, que esto va a tardar. Si tienes que hacer algo por la zona...
Yo: Pues la verdad es que no tengo que hacer nada, ya me iba de hecho.
R.M: ¿Y no tienes que volver?
Yo: *un poco mosca pero haciendo como que no pasa nada de nada* Pues la verdad es que no, no tengo que volver. Pero bueno, puedo dar una vuelta. ¿A qué hora me paso?
R.M.: Pues yo cierro a las nueve menos cuarto...
Yo: *pensando que son las siete y media solamente y que no puedo dar tantas vueltas* ¿Estará a las ocho, cree usted?
R.M. *con mucha seguridad* Claro claro, a esa hora seguro vamos.
Abandono la relojería y entro en otra perfumería. Miro todo lo que tengo que mirar, pero no me he quedado tranquila, ya que la cara del Relojero Maldito no me ha engañado y estoy muy sospechosa. Entro en una segunda Barraca, y salgo con una bolsa de caramelos de goma. Después de eso miro la hora --en el móvil, recordemos que mi Anillo del Tiempo está en la sala de operaciones aún--, me abro el paquete de Goblins super picantes y me quedo leyendo todos los anuncios del escaparate de una inmobiliaria, como una loca, durante diez minutos. A menos cinco no puedo más y vuelvo a la relojería.
El hombre no parece muy contento de verme, aunque tampoco puedo asegurarlo porque ese hombre nunca parece contento de nada.
R.M. Mira, que es que estoy ahí liado aún, está la cosa...vamos, que he quitado uno y como es tan pequeño, pues claro.
Yo: Ah *no me sale nada más porque soy un poco imbécil*
R.M: Mira mira, pasa *entro al taller, y veo sobre la mesa mi Anillo del Tiempo, con la correa toda desbaratada, los eslabones por ahí en medio* ¿Ves? Como es tan pequeño, estoy ahí que ya ni veo.
En ese momento me debato entre dos cosas. La amabilidad desmesurada que me sale al tratar con la gente, a veces ttalmente inmerecida, y la realidad interna que estoy viviendo, que es que mi Anillo del Tiempo está ahí delante de mí, desbaratado por completo, cuando yo ni siquiera le había pedido que lo hiciera. Al final puede mi cobardía y no le digo nada acerca de eso.
Yo: Bueno...no se preocupe, no lo haga corriendo, yo me puedo pasar mañana.
R.M. Mañana es que no abro, porque es el bautizo de uno de mis nietos.
Yo: Bueno, pues me paso el lunes entonces.
R.M. Es que ya que estoy aquí puesto, ya no voy a parar.
Pues no pare si no quiere oiga, pero es que yo me voy, a ver cómo se lo tengo que decir. Aunque en alto lo que le dije fue:
Yo: Es que yo me tengo que ir, no puedo quedarme más.
R.M. *con voz distante, como hablando para sí mismo* Aunque...bueno, es que no sé si voy a ser capaz de volver a montarlo.
Oh Dios mío.
Yo: Bueno, mire, yo me paso el lunes. Adiós.
Salgo de la tienda muy molesta y con una sensación muy rara, como si hubiese ido a por un paracetamol y me hubiese encontrado siendo operada a corazón abierto por error.
A estas alturas el Bollycao, los goblins, los caramelos de goma y mi propio trauma han hecho una bola tremenda en el estómago. Pero se me olvida cuando meto el pie en uno de los 278694487 boquetes de las obras que hay por todas las calles y termino con el pie abierto, cojeando, pero con prisa porque tengo que entregar ciertos papeles a alguien antes de que se marche a trabajar.
Llego a un tramo especialmente estrecho, y me veo literalmente emparedada entre cuatro mujeres, todas de la misma familia, familia cuyo volumen me indica que comida no les falta. Y claro, en un sitio estrecho, pues sobrábamos algunos. El caso es que esas cuatro mujeres van con cuatro carritos de niños, más los niños pegándose y dándose patadas a su alrededor. En un momento, y sin previo aviso, una de ellas se vuelve hacia atrás, y me da un pisotón que me deja el pie inconsciente durante un par de segundos.
La buena mujer, sin mirar si quiera murmura algo que se parece a "uy, perdona" pero con un tono que sugiere que no ha sido nada y que ni siquiera tendría que pedir perdón por eso.
Ya sin importarme ni la navidad ni los niños ni los buenos modales, salgo de allí pitando, creo que llevándome uno de los niños por delante, pero sinceramente, ni siquiera miro a ver.
Y para finalizar la tarde de gloria, me cruzo con la persona que aún a día de hoy me produce úlcera de estómago, por el trato tan horrible y tan asqueroso que me dio cuando estaba supuestamente haciendo un voluntariado en su gabinete psicopedagógico, gabinete que es un fraude y que espero que haya tenido que cerrar por haberse destapado lo que realmente hace allí.
Pero en fin, calma zen. Está claro que, después de la tarde de hoy, algo muy bueno está a punto de pasar. Como, por ejemplo, que me caiga un trabajo mañana mismo.
Hale, buenas noches.