lunes, 1 de enero de 2007

SoBRe NaViDaDeS, PéRDiDaS y DeSeoS

Hace días que quería dejar escrito algo, aunque sólo fuera una de estas felicitaciones horriblemente típicas que te enuentras en la red por donde quiera que vayas. Al final, como siempre, los días han ido pasando sin que me diera cuenta. Y ya es uno de Enero del nuevo año.

Hoy es un día especial, por eso de que estrenamos calendario y eso. Así que, por primera vez, y sin intención de sentar precedente, he decidido saltarme mi Regla de Oro y Diamantes, que dice, textualmente: "Jamás, jamás, JAMÁS, bajo ningún concepto y/o excusa, traeré a la red nada que pueda contener ondas remotamente negativas." Pero un día es un día.

Para hacer corta una historia increíblemente larga, ésta ha sido, sin ningún tipo de competencia por el título, la peor Navidad de mi vida. Las razones que le han otorgado el título son tan variadas y tan surrealistas que cualquier intento por explicarlas o darles algún tipo de sentido sería inútil. Y además no seré yo quien las saque a la luz, porque los trapos sucios siempre se han lavado en casa. De toda la vida.

Lo que sí quería contar es uno de los motivos que han hecho de esta Navidad unas fechas horribles. Mi abuela Picu murió el día 27 de diciembre.

Afortunadamente, a mis veintisiete años puedo decir que ésta es la primera vez que algo como la muerte me tocaba de cerca. Sólo tres muertes significativas en mi familia desde que recuerdo; una de ellas, un tío mío que murió con 23 años, me cogió muy pequeña, así que mis recuerdos son lejanos y borrosos. Las otras dos, la única hermana de mi madre y una tía suya muy mayor, me pillaron más mayorcita. Pero ellas vivían lejos, las veía una vez al año si es que nos veíamos. Y a pesar de que lo sentí mucho, la sensación era distinta.

Yo sólo conocí a mis abuelos paternos, con lo cual ella era mi única abuela. Y a pesar de que ellos nunca fueron los típicos abuelos adorables y cariñosos, en el fondo eran mis abuelos, con sus defectos y sus cosas.

De pronto, todos los recuerdos que tengo se hacen nítidos. Recuerdos buenos, como sus canciones, sus chismorreos -mi abuela hubiera sido el gran descubrimiento del Tomate- cómo venía a mi habitación a darme dinero a escondidas de mi abuelo, para que cuando luego mi abuelo me diera, tuviera el doble; o cómo siempre se ofrecía voluntaria a ir a comprarme algún libro que me habían mandado en el colegio, sabiendo que nunca se enteraba bien de los títulos y luego lo tendríamos que descambiar. Por supuesto, también tengo recuerdos no muy buenos, a pesar de que yo siempre fui su nieta la mayor, la que estudiaba mucho, la que estaba a la cabeza de la Lista Blanca, a pesar de saber que unos abuelos nunca deberían tener dos listas de nietos.

La muerte es algo muy raro. Soy consciente de que ya no está; a pesar de tener la seguridad de que no iba a mirarla dentro del ataúd, en el tanatorio, lo hice. Pero de algún modo, las dos realidades no terminan de juntarse. Mi abuela Picu, entrando en mi casa con su perfume fuerte, no puede ser mi abuela Picu, la que duerme para siempre, la que tiene sus cemizas -cenizas, no dedos ni ojos, sino sólo cenizas- junto a las de su hijo.

Sé que parezco tonta diciendo todo esto, cuando quizá muchos de vosotros habéis pasado por esto varias veces, incluso peor, perdiendo padres, madres, hermanos o parejas. Pero siempre hay una primera vez, y la mía me ha pillado en Navidad.

Pero el año ha comenzado, y de alguna manera me siento como cuando era pequeña y empezaba el curso, y todos los cuadernos tenían sus páginas en blanco, esperando a que yo los rellenara con la mejor de mis letras.

La entrada me está quedando más larga y más deprimente de lo que había planeado, así que es lo último que os cuento. Supongo que habréis oído aquello de la mejoría que se sufre antes de la muerte. Yo siempre había escuchado que, poco antes de morir, las personas tienen un último momento de lucidez absoluta, de cese del dolor y del sufrimiento. Como si antes de dejar este mundo, de pronto comprendieran el significado de todo.

Poco más de doce horas antes de morir, mi padre, el hijo mayor de mi abuela, se encontraba en la habitación con ella. Mi abuela hacía meses que había entrado en la última fase del Alzheimer. Apenas podía moverse por sí misma, no hablaba, casi no comía, y permanecía con los ojos cerrados, medio adormilada, la mayor parte del tiempo. Los antibióticos para contrarrestar la infección que finalmente se la llevó no hacían nada por mejorar la situación.

Esa madrugada, como decía, mi padre se levantó del sillón del acompañante para estirar un poco las piernas. Cuando se volvió a mirar hacia mi abuela, la vio con los ojos muy abiertos, observándole fijamente. Se asustó un poco, y comenzó a moverse por la habitación para comprobar que, en efecto, mi abuela le miraba a él. Ella lo siguió atentamente. Mi padre se acercó entonces a la cama. "Mamá, ¿estás bien?" Mi abuela se le quedó mirando fijamente, parpadeó un par de veces, y finalmente asintió. Un asentimiento leve, pero solemne, consciente y definitivo. Con la mirada clavada en los ojos de mi padre.

No volvió a abrir los suyos.

La muerte es algo muy extraño.



Feliz Año Nuevo,

BeL

2 comentarios:

Ulises dijo...

Lo siento mucho Bel.En estas ocasiones poco más se puede añadir. Paradójicamente me temo que en un plazo indeterminado de tiempo me encuentre en una situación similar a la tuya. Pero al menos abordaré el momento con un poco más de información

Unknown dijo...

Presiento que estoy a punto de escribir un comentario infinito.

Ante todo quería decirte que no te había comentado nada aún porque bloglines ha decidido no avisarme cuando actualizas y no la había leído hasta hoy.
Ese cacharro siempre me juega malas pasadas, una cree que está al tanto de todo y de repente el muy maldito se encapricha y deja de funcionar.
Y cuando he leído tu comentario hoy en mi blog me he dicho: hey, algo falla! Y me he pasado por aquí.
(Nada mejor que las visitas in situ, por mucho que bloglines facilite la vida)

Siento muchísimo que estas navidades hayan sido horrendas para ti y ya me imagino la tesitura. Cuando estas cosas pasan ya de por sí son terriblemente tristes, pero cuando se juntan con esas fechas...
Se me ha puesto un nudo en la garganta al leerte, quizá porque en el fondo me siento bastante identificada.
Te comprendo no sabes cuanto al leer tus reflexiones sobre la muerte y lo rara que es, hace tiempo también escribí algo sobre mi abuela en el blog, que también se fue para siempre hace un tiempo.
Una se pregunta dónde han ido a parar tantas cosas... pero en el fondo, aunque suene a tópico, siempre tengo la esperanza de que están en algún lugar.

En fin... que al final te voy a deprimir más!

Sólo quería enviarte un abrazo enorme y muchos animos.