jueves, 29 de abril de 2010

Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

14:26h. Eso es lo que oigo dentro de mi oído izquierdo cuando:

a) Bostezo
b) Duermo de ese lado
c) Me aprieto el oído de cualquier manera, no sólo tumbándome.

La opción más lógica hace unos años hubiera sido preguntar por ahí, o ir al médico o algo. Pero no estamos en hace unos años, así que directamente me he ido a Google a informarme sobre pitidos en los oídos.

He recordado entonces una cosa que mi amiga Silvi contaba hacía tiempo. Ella por lo visto escuchaba ese pitido constantemente, siempre, y que ningún médico sabía ni cómo ocurría ni por qué, y lo peor, cómo solucionarlo. Se llama tinnitus, o acúfenos, y es la forma más rápida de que alguien se vuelva majara, supongo. Yo lo haría.

Así que me encuentro en mitad de una tesis farmacológica mirando si el inocente diazepan de entrenamiento que me zampé la otra noche pudo ser un ototóxico y yo no lo sabía. No creo, pero es lo que tienen las taras y los nervios pre-viaje.

En otro orden de ideas, he leído en un sitio que igual la nube de ceniza llegaba a españa el fin de semana, con lo cual en realidad no sé de qué me extraño, pitidos es lo menos que me puede salir del estrés. Aunque quizá es un sitio de malas personas y asustaviejas al que no debería acercarme (lo sé, lo sé, no debo, pero ...).

Y en fin, acabo de acordarme de que esto iba a ser un blog ameno y tal, así que tiraré de tópicos y contaré un chiste super malo que mi hermano me ha pedido que publique porque a él le ha hecho mucha gracia -bueno y a mí- y yo soy una petarda (sic). Yo no sé contar chistes por muy andaluza que sea, lo dejo advertido.


Un hombre muy feo muy feo, desaliñado, con muletas, sin apenas dientes y una botella de vino en la mano, se pone a increpar a la salida de misa de 8. "Porque los curas son unos cabritos, y la iglesia es todo mentira ..." Una señora se le queda mirando y le advierte: "Si sigue hablando asi, dios le castigará"  "Pues como no me despeine..."

Hale, besitos.

sábado, 24 de abril de 2010

De Viajes Por Autopistas, Bollería Industrial y Volcanes.

Érase una vez una bloguera en la sombra que vivía en un reino muy muy lejano, al sur del sur, que todos los días suspiraba delante de la pantalla de su Goliath, mirando páginas de volcanes y aerolíneas.

Un buen día, la mañana que menos se lo esperaba, recibió una llamada. Querían que sustituyese en un colegio que ella ya conocía anteriormente, por siete horas. La Pqueña Bloguera, que era maestra pero no había tenido suerte con la búsqueda de empleo desde hacía...bueno, desde nunca, aceptó las siete horas que le ofrecían sin pensarlo. Dado que la llamada le había cogido por sorpresa, y  que la sorpresa se había producido escasos minutos después de haberse despertado, no fue hasta poco después que la Bloguera se dio cuenta de un detalle muy importante:  el colegio estaba a más de 50 km de distancia, y tendría que coger el coche.

La Pequeña Bloguera se puso muy triste y muy nerviosa. Le había llevado algún tiempo reunir valor suficiente para  conducir por ciudad de manera más o menos segura, pero jamás se atrevía por carretera, ya que la carretera le aterraba, y los carriles de aceleración más aún. Intentó pensar en alguna alternativa, pero todas las que se le ocurrían eran bastante complicadas. Recordó además que había visto alguna vez otros coches prudentitos como ella, a menos velocidad que otros, pero aun así llegando a su destino. Así que decidió no pensar en ello.

Al día siguiente, la Pequeña Bloguera se montó en el coche, respiró hondo, y salió a la autovía, se orientó estupendamente -hubo un pequeño y bochornoso incidente con las rutas que fue solventado- y llegó a tiempo a hacer sus sustituciones. El hecho de que durante la hora que duró el trayecto de ida, y la hora de la vuelta, tuviese las mandíbulas soldadas la una con la otra, no impidió que la Pequeña Bloguera se concentrara en los carteles y llegase a su destino. E incluso que adelantase a algún que otro coche. 

Ella, naturalmente, se sentía muy muy contenta, quizá un poco fastidiada por haber tenido el incidente con la orientación en las rutas, y alguna que otra vergüenza a causa de aparcamientos frustrados en línea. Pero al día siguiente, cuando el espejismo de tener una vida laboral -es decir, las horas de sustitución- tocó a su fin, la Pequeña Bloguera volvió a caer en la trampa de las webs de volcanes y aerolíneas, que hablaban de cataclismos variados y de volcanes más grandes despertando. Todo esto la devolvió a la realidad: no tenía una clase de  niños; tenía que volar a un reino muy, muy lejano, donde los cielos lloraban casi a diario y los doctores destripaban chicas de vida alegre en las calles. O quizá ya no, pero aun así.

Después de largas tertulias con los Sabios del Lugar, la Pequeña Bloguera decidió dos cosas. Una, que tenía que dejar de escuchar los susurros que le llegaban desde Mordor.

Y dos, que iba a comerse su peso en bollería industrial durante todo un largo fin de semana.

Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado...por hoy.

miércoles, 14 de abril de 2010

El Filósofo De Colorines -- o La Teoría De Los 50 Gilipollas.

Andaba ahora mismo por Manhattan leyendo la última entrada (si no lo conocéis, pasaros, es estupendo) cuando he pensado en venirme aquí a subir la mía propia -principalmente como terapia para descentrarme del Monotema de la Semana. Pero sobre todo porque hablaba de mentores, y entonces me ha hecho recordar a una persona a la que en realidad menciono de cuando en cuando, tantos años después.

No recuerdo haber tenido nunca lo que se dice un Mentor. Alguien tipo Dumbledore, alguien muy sabio junto al que aprender sobre la vida y sus misterios. Mis mentores, por llamarlos de alguna manera, llegaron a mí a través de páginas de papel, para pena mía, claro está. Pero sí de vez en cuando conocemos personas, como decirlo...luminosas. Como de colorines. Conozco un par de personas que aunque no las llamaría mentores, influyen en mí de un modo que a veces me gustaría poder hacer algo muy muy bueno por ellas para compensar la mitad de lo que ellas hacen por mí sin darse cuenta.

Pensando en cómo algunos profesores suelen hacer el papel de mentores a veces, he recordado a una persona que durante un sólo curso de algún modo consiguió despertar mi interés cuando aparentemente causaba el efecto contrario.

Hace algún tiempo ya, mi camino se cruzó con el de un hombre que intentaba enseñar algo de Filosofía a un puñado de alumnos que no estaban nada interesados en oír hablar de Filosofía. Para la mayoría de mis compañeros era un hombre poco agraciado y aburrido que salivaba en abundancia y cuyo aspecto repelía.

Lo que yo veía era una persona interesante de verdad, de ésas que te encuentras muy de tarde en tarde, pero que de inmediato sabes que te gustaría conservar alrededor. De ésas que no importa de lo que estén hablando, si de filosofía o de clases de conducción o de lo tarde que llegan los autobuses, cuando vuelves a tu casa tienes la sensación de que has aprendido cosas muy valiosas en el transcurso de la charla. Además, como suele pasar con estas personas, desprendía una amabilidad increíble.

Dos de mis amigas y yo, es decir, tres personas del total de una clase, pasamos no poco tiempo urdiendo planes y enfocando preguntas para acercarnos a él una vez que acababa la clase, bajo cualquier pretexto, y así poder escuchar su opinión sobre algunos libros o sobre lo que fuese. Nos sentíamos un poco bobas, pero como decía antes, uno no se encuentra a este tipo de personas luminosas muy a menudo, con lo que tampoco sabíamos muy bien cómo actuar. 

El curso terminó, y por desgracia al año siguiente ya no volví a verle más que un par de veces por los pasillos, preguntándome quiénes serían los afortunados que podían tenerle una hora para ellos, los cuales seguramente me cederían su sitio con alegría, para más recochineo del universo. 

Todo esto nos llevó a reflexionar y a dar con lo que terminamos bautizando como la Teoría de los 50 Gilipollas, que, en esencia, viene a contemplar el hecho de que cuando tenemos la suerte de encontrar una persona rellenita de cosas interesantes que compartir, una persona de colorines en medio de la masa de grises, más pronto que tarde termina volviendo a desaparecer de nuestro camino, como si sólo estuviéramos destinados a disfrutarla un ratito. Sin embargo, aquellas personas a derecha e izquierda que no nos escuchan, que vocean, que chupan la sangre, que nunca se alegran de que nos vaya bien, que nos ridiculizan, que  en definitiva nos hacen la vida más pesada, esos no se van. Los 50 Gilipollas nos acompañan durante todo el camino. 

No es una Teoría muy optimista. Pero a nosotras, por alguna razón, nos alegró saber que sólo era cuestión de tiempo y de paciencia. Tiempo para que volviera a cruzarse con nosotros una persona de colorines, y paciencia para encarar a los 50 Gilipollas con otro aire. 

~ BeLa   escuchando -y llorando a moco tendido porque la película es una maravilla y no puede evitarlo- Feather Theme, la melodía de Forrest Gump.

martes, 6 de abril de 2010

London Calling

Cuando son las 2:47 de la mañana, voy a subir la entrada a la que le he estado dando las vueltas desde hace meses pero que no quería subir porque ni siquiera lo quería pensar.

Resulta que me marcho a Londres. En diez días.


No me voy de vacaciones y no me voy excesivamente ilusionada. Me voy más bien con la sensación del que emigra empujado por las circunstancias a pesar de no tener nada claro que está tomando la decisión correcta. Me voy pensando en que no me gustan los aviones y no quiero montarme en ellos y me dan pánico.

En realidad creo que aún no comprendo que me voy y dejo aquí a quienes no se van conmigo.

Pero bueno. Otra parte de mí, la que escucha a la gente normal a la que se lo he dicho, en cierto modo está con ganas de saber qué pasará y cómo me irá. Llevo muchos años pensando en irme, y aunque eso no es como haber vendido el alma y puedo cambiar de opinión sin que nadie venga a matarme mientras duermo, creo que es bueno que pruebe.

Después de todo, España ya sé dónde está.