Mi patio de Ceuta, no sé si lo he contado alguna vez, era en realidad un largo rectángulo de cemento con una caseta de contadores hacia la mitad, y que acababa en un gran muro que a los niños nos daba un poco de repelús, por lo alto y lo deprimente que se veía (creo recordar ahora mismo que también tenía una losa con la imagen de una Virgen, la de África supongo, y quizá ayudaba al aura que tenía alrededor aquel muro). El patio tenía hileras de bloques a izquierda y derecha, nombrados con letras. El mío era la K, que por alguna razón me gustaba porque era una letra rara.
En el patio había dos zonas claramente diferenciadas: la de arriba, donde estaba la porción de patio más ancha y por tanto donde elegíamos jugar siempre. Luego había una rampa -también de cemento- que se extendía a todo lo largo, interrumpida únicamente por unas escaleras cada tantos metros. Escaleras que daban a la parte de abajo, que casi no la usábamos para jugar porque era poco más que una acera y un trocito de patio.
Tendría yo unos tres años cuando el patio empezó a llamarme la atención. Obviamente aún era pequeña y no bajaba a la calle a jugar, pero mi madre me asomaba de vez en cuando a la ventana para que viera a los niños jugar abajo.
Fue entonces cuando vi por primera vez a La Niña de la Batita Rosa.
Ella tampoco bajaba a la calle todavía. La veía en su cocina, en el portal de justo enfrente, al otro lado del patio. Era una niña de más o menos mi edad, y que solía llevar una batita de estar por casa de color rosa. No recuerdo mucho por mí misma, sino más bien por lo que me han contado; pero sí que me acuerdo de estar mirando el trozo de cocina que veía (mi piso era un tercero y el suyo un segundo, así que se veía bien), y que muchas veces, la Niña de la Batita Rosa también se me quedaba mirando.
No mucho tiempo después, y la verdad es que tengo que preguntar a mis padres cómo ocurrió el encuentro exactamente, la Niña de la Batita Rosa y yo ya estábamos jugando juntas, primero en las casas de las dos, y más tarde en el patio. Casi todos los niños de los muchos bloques que había nos conocíamos. Y así hice muchas amigas además de aquella niña: Yoli y Ángela, Leni, Anita, Rocío, Barbarita, Tuli, Dani y Laurita, Alberto y Esther María, Carolina y Jorge, Jorge y Juanito, Estrella, Héctor, Eva, Rodolfo, Geno, Patri, Carlitos Revellado y Carmencita...yo que sé, éramos un buen puñado.
De todo esto que estoy contando han pasado casi 28 años, y reconozco que tengo cierta dificultad para comprender todo el tiempo que ha pasado desde entonces.
A muchos de aquellos niños, a casi todos, les perdí la pista cuando me marché de Ceuta. Sólo a mi mejor amiga del cole y a la Niña de la Batita Rosa las volví a ver una vez después, hace también muchísimo tiempo, y a la segunda volví a perderle la pista.
Pero anoche, y por una serie de casualidades a las que jamás encontraré explicación, volví a encontrar a la Niña de la Batita Rosa.
En una de las redes sociales que tan peligrosas pueden llegar a ser, yo encontré a la primera amiga que he tenido en la vida. Estaba convencida de que había pasado a formar parte de los recuerdos de la infancia y nada más. Pero resulta que yo ayer estuve hablando con ese recuerdo, que ahora es una mujer casada y con dos niñas preciosas.
Y a pesar de todo, por un momento estuve a punto de invitarla a subir a casa para enseñarle los nuevos cromos que había ganado en el recreo por la mañana.
Hace 11 años
1 comentarios:
Es muy bonito y emotivo volver a recordar la infancia y lo que es emocionante aún, encontrarla y poder intercambiar ideas, risas, opiones con ella....
NIñaaaaaaaaaaaa , mañana SaNNNN ViErNeSSSSS
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