No me gusta conducir.
Recuerdo que hubo un tiempo en que sí me gustó. Fue un tiempo corto, en realidad: desde que conseguí hacerme con el control del coche en las prácticas y con la seguridad que daba tener al monitor justo al lado, hasta el mes y pico despúes del examen, en que conducir con una
L detrás era una novedad que molaba.
Pero en realidad es que la
L me costó dios y ayuda. Porque resulta que yo soy ambidiestra (la palabra 'ambidextra' me da bastante coraje, así que yo lo escribo así), y en el mejor de los casos, con lateralidad cruzada, y por lo tanto la orientación espacial, la izquierda y la derecha, y la coordinación en general --esto también podría ser que soy torpe simplemente-- son para mí conceptos confusos y que no domino muy bien.
Después de años sudando ante el hecho de tener que llevar el coche de mi casa a la vuelta de la esquina, últimamente conseguí dominarlo y por ciudad ya iba mejor (que no por carretera, que me da pánico), aunque sin dominar del todo esa coordinación del coche que llevo y los demás coches y las señales y las direcciones y...en fin, el caos.
Pues bien, toda esta pequeña autoestima que tanto tiempo me había costado atesorar quedó completamente abollada ayer por la tarde, junto con la puerta trasera, guardabarros y tapacubos del coche. Coche que, por cierto, no es mío.
La culpa es de que toda la ciudad, TODA, está en obras por razones variadas, todas absurdas. Tenemos una montada a lo muro de Berlín, y la calle que ayer no estaba cortada y que servía de viaducto hacia la parte norte de la ciudad, ahora ya no existe y encima no te han avisado. Así que allí estaba yo, entre cuatro coches, molestando justo en medio e impidiendo que los demás pudiesen maniobrar.
Recordemos que no calculo bien las distancias ni me oriento. Al final, para evitar un bollo con otro conductor, intenté quitarme un poco de enmedio para que pudiesen pasar los demás. Pero el coche de atrás no era un Fiat Punto, sino un Picasso de siete plazas. Oh, el destino.
Así que el coche quedó encajado junto a una farola y otro coche. Dado que tenía que rayarme contra algo, me decidí por la farola, que al menos no iba a demandarme por haberle hecho un rayón.
El resultado fue eso, puerta trasera, tapacubos, guardabarros...todo abollado y azul (como mi autoestima de conductora, solo que es negra y no azul) y una noche a medias entre no pegar ojo y tener pesadillas con coches rayados y farolas en cuanto lo pegaba.
¿Qué hemos aprendido en el episodio de hoy, amiguitos?
- Que ser ambidiestro no mola tanto como la gente cree.
- Que conducir no está hecho para todo el mundo y nadie debería ser mirado mal si no le gusta hacerlo.
- Que la culpabilidad es muy mala.
Me voy a comer, que eso sí se hacerlo sin peligro.