No era mío, pero sólo por cuestiones técnicas, porque en realidad hacía tiempo que sí que lo era. O yo suya, que no se sabía muy bien quién era de quién.
No le vi hecho una bolita en una esquina, ahí tranquilo con apenas días, mirando el panorama sin inmutarse mientras sus hermanos de camada se movían histéricos de un lado para otro, ni como pasó de bolita con aspecto de pastor alemán, como su padre, a convertirse en un auténtico lobo, porque su madre fue una husky.
Tampoco vi cómo un día le picó una abeja y se asustó tanto que desde entonces veía una mosca grande y buscaba corriendo a cualquiera, con el rabo entre las patas, para que lo defendiera.
Todas esas cosas me las perdí. Pero le conocí alrededor de la mitad de su vida, así que vi muchas otras. Vi cómo teníamos que hablar bajito cuando no queríamos que se enterara de palabras como "calle" o "playa", porque las entendía perfectamente, y luego no había quien lo aguantara. O cómo disimulaba cuando quería acercarse a la basura y le pillaban, yendo al plato y cogiendo una sola bolita de comida mientras te miraba y masticaba lentamente como diciendo: "Qué? estoy aquí comiendo, no sé de qué hablas".
Siempre decían que él y yo nos parecíamos mucho, y al principio me reía, pero al final resulta que no lo decían por decir. Sus dueños me conocían a mí y le conocían a él... Así que cuando me di cuenta, me había aceptado en su manada humana y lo que es más, me había hecho favorita.
Vivió una vida larga y tranquila y buena. Siempre tuvo problemas de estómago, y de cuando en cuando sufría de vómitos que nos dio muchos sustos, pero al margen de eso, no tenía achaques. Estaba ágil, aunque más lento. Se había quedado un poco sordo, pero aún era capaz de distinguir el coche de sus dueños cuando pasaba por la calle.
Por eso el día que empezó a vomitar, un poco antes de navidad, no nos preocupamos mucho. Tres días después el veterinario nos dijo que tenía los pulmones encharcados, fallo renal, y el corazón muy débil. Que con la medicación que iba a darle podía quedarse durmiendo y no despertar. Pero que si se le repetían los ahogos, no habría solución.
No la hubo.
Por eso estas navidades pasadas no han sido navidades de verdad. Aunque no hubiera caído enferma y no hubiera llovido sin parar ni un día, el espíritu este año se lo había llevado Duque.
Yo nunca tuve mascotas, por lo que nunca hubiera imaginado que perder una no era perder una mascota, sino perder a alguien y punto.
Hoy hace un mes de todo eso. Sigo sin poder evitar esperar aparezca en la puerta cuando llamo, o que salga corriendo al escuchar el timbre, o que espere a que yo termine de cenar porque sabe que me voy a comer un plátano a medias con él. Pero como todo duelo, un día ya no pesará tanto.
Y podré, por ejemplo, mirar fotos como ésta y sonreír.
Hace 11 años