Aviso: ésta va a ser una de las entradas que van contra el blog y lo que yo quería hacer con el blog, es decir, dejar las penas, frustraciones y similares pa otro momento y otro lugar.
Por más que lo he intentado, nunca he sido capaz de enterarme de las cosas cuando suceden. Constantemente estoy haciendo descubrimientos sobre cosas que la gente sabe desde hace siglos, y no lo comprendo, porque no es que viva bajo una piedra precisamente.
Hace diez minutos una amiga mía me comentaba casualmente que qué injusta es la vida, que ella no sabía nada de que Juan Antonio Cebrián había muerto de un infarto hace una semana.
Bien, yo me he enterado cuando ella lo ha dicho.
Mientras hablábamos, poco a poco me he transformado en un grifo, y ahora ya no puedo parar. Le estoy llorando con la misma pena con la que lloraría a un amigo muy cercano. Quizá porque, a su manera, lo era.
Hace algunos años alguien me recomendó La Rosa de los Vientos, un programa de radio que se emitía de madrugada. Después de la primera vez, ya no pude dejarlo. Aun teniendo que madrugar al día siguiente, todas las noches me mantenía despierta hasta que la música celta empezaba a sonar, y una voz cálida saludaba a todo el mundo. No podía escuchar mucho más de una hora y pico de programa, pero los monográficos, la zona Cero, Azul y verde, y otras muchas secciones merecían la pena.
Poco a poco, la voz de un tal Juan Antonio Cebrián se fue haciendo tan familiar como la mía, y me acostumbré a que fuera lo último que escuchaba antes de dormir. Hasta el punto de que si una noche no podía escucharles, por lo que fuera, sentía que faltaba algo. Pasó un tiempo antes de que pusiera cara a esa voz y conociera el rostro de ese hombre encantador, que amaba la cultura y la historia y las letras, y era una persona maravillosa.
Me he enterado de su muerte de forma brusca y sin esperarlo, y me siento literalmente mareada. Como decía, le estoy llorando como si fuera un amigo. No dejo de oír su voz, saludando a los rosaventeros, y riendo (tenía una risa muy peculiar) por cualquier cosa con las Cuatro Ces (Jesús Calleja, Carlos Canales, Bruno Cardeñosa, y su amigo y servidor, Juan Antonio Cebrián. Dios mío, es que lo estoy oyendo :( .
Por otro lado, estoy indignada. Porque la vida no es justa, pero eso ya lo sabíamos. Porque era un buen hombre, porque sólo tenía 41 años, porque tenía un niño de tres años que tenía la suerte de tener un padre como dios manda, y todos sabemos que hoy en día, de eso ya no hay.
Además, me siento indignada por estar indignada. Cuando ocurre algo de esto, siempre recuerdo un artículo de Arturo Pérez Reverte, escrito cuando la tragedia de los tsunamis. Él decía que el hombre había perdido la capacidad de lidiar con la idea de la muerte, no sólo haciéndola tabú, sino pensando que eso sólo les ocurría a los otros. En el medievo, una época en la que tenías suerte si llegabas a escuchar cómo te ambiaba la voz, todo el mundo tenía aceptado que la muerte era parte de la vida. Que no era cuestión de justicia o injusticia, sino una parte más de la vida, con la que tenías de convivir. Así que me molesta que siga quedándome en shock por estas cosas, porque yo no quiero formar parte de los que piensan que la muerte es sólo el hombre del saco, en versión adultos. Porque la muerte es lo más democrático que conozco, y la única que en realidad ya podría dejar de serlo.
Pero sobre todo, estoy indignada porque Cebrián era un buen hombre, pero aun así su corazón se paró una tarde y punto. En cambio, no hay una cámara que grabe claramente como al mierda ése de Barcelona, al peganiñas que dice Ángel Martín, le revienta la cabeza al segundo de agredir a la chica del tren. No hay derecho.
Os dejaría la sintonía del programa, la que estoy escuchando ahora mismo, y que ya no parece la misma. Pero aún no sé muy bien cómo subirla aquí. Si alguien tiene idea, se le agradecerá eternamente.
No; hoy no ha sido un buen día precisamente.
BeL ~
Hace 11 años